Habían pasado 40 enormes años y el tiempo
parecía haber quedado encerrado en una pequeña cajita de marfil para Manuela.
Como si fuera ayer, todavía sentía aquel inhibidor temblor de piernas en la
estación de tren de su pueblo. Nunca supo descifrar si su origen era fruto del
fresco que arreciaba en aquella mañana de noviembre o si, más bien, sería el letargo
que, sin pedirle permiso, le venía abatiendo el ánimo durante las últimas
semanas.