«Si eres pobre, es por tu culpa. Si no, vamos a
reírnos de ellos»
“Chavs: la
demonización de la clase obrera” (Owen Jones)
Owen
Jones
es un joven periodista y escritor británico autor del libro “Chavs: la demonización de la clase obrera”, incluido por el New York Times en la lista de los diez
mejores libros de no ficción de 2011. El propio Jones identifica el término chav con la subcultura de la clase
trabajadora inglesa (sobre todo a los jóvenes, aunque no solo). Según este
estereotipo, llevan ropa deportiva de marca, bisutería llamativa, viven de las
prestaciones y en viviendas sociales. Son los herederos de la miseria social
que siguió a las políticas thatcheristas aplicadas en el Reino Unido durante los años 80 del
pasado siglo y que desmontaron el sistema industrial y minero británico
tradicional que dio ocupación a toda una legión
de obreros que durante décadas sobrevivieron con austeridad, pero con
dignidad. Después quedaron en una situación de desamparo generalizado, arrinconados
en barrios marginales sin esperanza y sin futuro.
Owen Jones analiza cómo la clase
trabajadora ha pasado de ser «la sal de la tierra» a la «escoria
de la tierra», al no existir un verdadero compromiso con los problemas sociales y económicos ocasionados por
aquellas reformas. Los hijos de aquellos son los chavs de hoy, quienes
además de desheredados son condenados por un sistema donde el individualismo es el único sinónimo de
éxito. En tanto, los medios de
comunicación y los políticos
desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido
sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada
de odio: chavs.
El término chav cuenta con un
enjambre de sinónimos en la lengua castellana según los territorios: canis, chonis, jenis, greñas, lolailos, maquinetos, pelaos, tuneros, poligoneros…
Son los sin escuela, los que abandonaron las aulas al pairo de los paraísos de
humo que generó la especulación inmobiliaria durante décadas en nuestro país,
los hijos de un desempleo aterrador y
sin esperanza. Acuden
regularmente a las macro discotecas ubicadas en los polígonos
industriales y, tras su cierre, continúan la juerga en el parking
hasta que el cuerpo aguante. Un coche con un buen equipo de música, alcohol y ganas de pasarlo bien son
los ingredientes, junto a otros inconfesables, que mezclan los fines de semana.
Son excluidos de la enseñanza
concertada sin paliativos, tratados
con desdén en los centros públicos por resultar incómodos en todos los
sentidos. Son gente de baja educación, normalmente de barrios marginales o del
extrarradio de la ciudad, visten con chándal y presumen de oro en el cuello, son
mal educados y están enrolados en una subclase
cuyos miembros, sin embargo, los podemos hallar de cajeros/as en los
supermercados, de empleados/as en restaurantes de comida rápida y de limpiadores/as.
La
última encuesta de población activa (E.P.A.) cifra en más 800.000 los jóvenes menores de 30 años en paro que no terminaron sus estudios de educación
secundaria en nuestro país y son 550.000 los que se encuentran en la misma situación con más
de 30 años, o sea, que suman el 24% del total de parados y más del 5,5% de la población activa
de nuestro país. Por desgracia para ellos, en muchos años no tendrán un hueco
en el paupérrimo mercado de trabajo español, ni siquiera en los empleos de peor
calidad.
Fuente: http://www.emartv.es/
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Éstos difícilmente encuentran un hueco en
el debate político en el que parece que los únicos afectados por la crisis son
los que pertenecen (o pertenecieron) a las clases
medias. Para
mayor inri, no constituyen un nicho de votos codiciado por las élites gobernantes. Así, las medidas políticas
de integración social y laboral para los más desfavorecidos son meramente
testimoniales y los programas de
formación e inserción laboral se someten a los intereses económicos del
negocio, la especulación y el fraude, como recientemente hemos podido comprobar
en la gestión de los cursos de formación.
Dice Jones
en su libro, que problemas sociales como la pobreza y el desempleo
en otro tiempo eran considerados injusticias
derivadas de fallos internos del
capitalismo que, como mínimo, debían
abordarse. Pero hoy se han empezado a considerar consecuencias del comportamiento personal, de defectos
individuales e incluso de una elección.
La difícil situación de algunas personas de clase trabajadora, prosigue Jones, se presenta comúnmente como una «falta
de ambición» por su parte. Se achaca a sus características individuales, más que a una sociedad profundamente desigual organizada en favor de los privilegiados. Como afirma el
prestigioso economista Paul Krugman, “éstos son tiempos terribles para los
jóvenes”. Habrá que preguntarse alguna vez por ellos porque, si no, se
convertirán en un problema irresoluble.
A.J.G.G.
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