martes, 18 de noviembre de 2014

Éstos sí que no tienen futuro

«Si eres pobre, es por tu culpa. Si no, vamos a reírnos de ellos»
“Chavs: la demonización de la clase obrera” (Owen Jones)

Owen Jones es un joven periodista y escritor británico autor del libro “Chavs: la demonización de la clase obrera”, incluido por el New York Times en la lista de los diez mejores libros de no ficción de 2011. El propio Jones identifica el término chav con la subcultura de la clase trabajadora inglesa (sobre todo a los jóvenes, aunque no solo). Según este estereotipo, llevan ropa deportiva de marca, bisutería llamativa, viven de las prestaciones y en viviendas sociales. Son los herederos de la miseria social que siguió a las políticas thatcheristas aplicadas en el Reino Unido durante los años 80 del pasado siglo y que desmontaron el sistema industrial y minero británico tradicional que dio ocupación a toda una legión de obreros que durante décadas sobrevivieron con austeridad, pero con dignidad. Después quedaron en una situación de desamparo generalizado, arrinconados en barrios marginales sin esperanza y sin futuro.


Owen Jones analiza cómo la clase trabajadora ha pasado de ser «la sal de la tierra» a la «escoria de la tierra», al no existir un verdadero compromiso con los problemas sociales y económicos ocasionados por aquellas reformas. Los hijos de aquellos son los chavs de hoy, quienes además de desheredados son condenados por un sistema donde el individualismo es el único sinónimo de éxito. En tanto, los medios de comunicación y los políticos desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada de odio: chavs.

El término chav cuenta con un enjambre de sinónimos en la lengua castellana según los territorios: canis, chonis, jenis, greñas, lolailos, maquinetos, pelaos, tuneros, poligoneros… Son los sin escuela, los que abandonaron las aulas al pairo de los paraísos de humo que generó la especulación inmobiliaria durante décadas en nuestro país, los hijos de un desempleo aterrador y sin esperanza. Acuden regularmente a las macro discotecas ubicadas en los polígonos industriales y, tras su cierre, continúan la juerga en el parking hasta que el cuerpo aguante. Un coche con un buen equipo de música, alcohol y ganas de pasarlo bien son los ingredientes, junto a otros inconfesables, que mezclan los fines de semana.


Son excluidos de la enseñanza concertada sin paliativos, tratados con desdén en los centros públicos por resultar incómodos en todos los sentidos. Son gente de baja educación, normalmente de barrios marginales o del extrarradio de la ciudad, visten con chándal y presumen de oro en el cuello, son mal educados y están enrolados en una subclase cuyos miembros, sin embargo, los podemos hallar de cajeros/as en los supermercados, de empleados/as en restaurantes de comida rápida y de limpiadores/as.

La última encuesta de población activa (E.P.A.) cifra en más 800.000 los jóvenes menores de 30 años en paro que no terminaron sus estudios de educación secundaria en nuestro país y son 550.000 los que se encuentran en la misma situación con más de 30 años, o sea, que suman el 24% del total de parados y más del 5,5% de la población activa de nuestro país. Por desgracia para ellos, en muchos años no tendrán un hueco en el paupérrimo mercado de trabajo español, ni siquiera en los empleos de peor calidad. 

Éstos difícilmente encuentran un hueco en el debate político en el que parece que los únicos afectados por la crisis son los que pertenecen (o pertenecieron) a las clases mediasPara mayor inri, no constituyen un nicho de votos codiciado por las élites gobernantes. Así, las medidas políticas de integración social y laboral para los más desfavorecidos son meramente testimoniales y los programas de formación e inserción laboral se someten a los intereses económicos del negocio, la especulación y el fraude, como recientemente hemos podido comprobar en la gestión de los cursos de formación.

Dice Jones en su libro, que problemas sociales como la pobreza y el desempleo en otro tiempo eran considerados injusticias derivadas de fallos internos del capitalismo que, como mínimo, debían abordarse. Pero hoy se han empezado a considerar consecuencias del comportamiento personal, de defectos individuales e incluso de una elección. La difícil situación de algunas personas de clase trabajadora, prosigue Jones, se presenta comúnmente como una «falta de ambición» por su parte. Se achaca a sus características individuales, más que a una sociedad profundamente desigual organizada en favor de los privilegiados. Como afirma el prestigioso economista Paul Krugman, “éstos son tiempos terribles para los jóvenes”. Habrá que preguntarse alguna vez por ellos porque, si no, se convertirán en un problema irresoluble.

A.J.G.G.

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