martes, 7 de octubre de 2014

El despiporre de Caja de Madrid

La semana pasada hemos conocido el escándalo de las Black Card’ de Caja de Madrid y Bankia. No ha sido nada nuevo. Bien es verdad que nos hemos vuelto a sonrojar una vez más, pero, en el fondo ha sido otro episodio para alimentar el rubor colectivo, el asco por la degeneración que ya se hace perpetua, sin que se produzca más novedad que algunas inmediatas dimisiones y el desprecio general ante lo injustificable.

Aunque eso sí, todavía algunos de los usufructuarios de las referidas se atreven a sentirse desconocedores del sentido depredador de lo ajeno intrínseco al uso de la maquinita para derrochar en su particular hoguera de las vanidades. Molestos y dolidos,  se muestran dispuestos a devolver el dinero, pero no nos dicen por qué no fueron tan diligentes para oponerse a los atropellos que autorizaban con su voto en los consejos a que asistían y que llevaron a la ruina a Caja de Madrid y a miles de humildes preferentistas.

Lo paradigmático de este lance es que en él está representada toda la casta, casposa ella mas que les duela: grandes ejecutivos de lo público con sueldos escandalosos, altos representantes de partidos, sindicatos, patronal y hasta vinculados a la casa real, amigotes, ex políticos de alcurnia, socias de las cónyuges, cuñados y cuñadas, reos, predicadores del austericidio en los púlpitos de la TDT, medradores y cazadores de mamandurrias de todo género. Todo un séquito insaciable de palmeros y certificadores callados de la depredación que los jerarcas ejercían.   



Hemos podido saber (¡oh bendito Internet!) que una tarjeta black no es una tarjeta de crédito cualquiera, es un instrumento de crédito exclusivo para ricos y a la que usted seguramente nunca tendrá acceso. Sepan que la cuota anual por poseerla supera los 400 euros. Quienes tienen acceso a este metal (no es de plástico, sino de acero inoxidable y carbono) reciben tratamiento VIP en más de 3.000 hoteles, resorts y villas de todo el mundo, así como el acceso ilimitado a cientos de salas de aeropuertos. Sus socios también reciben una exclusiva revista de lujo, que presenta lo mejor en viajes, moda, transporte, tecnología, diseño de interiores y arte. ¡Cómo para chuparse los dedos!

Nos muestran la punta del iceberg, pero queremos saber más. Estamos dispuestos para hacer de tripas corazón y que nos digan qué exóticos viajes se han cuajado algunos a costa de los clientes de Caja Madrid, cuántas juergas se han corrido, los menús de las comilonas que han devorado, a qué cacerías han asistido, en qué exclusivas tiendas de moda han vestido sus lozanos cuerpos y los de sus esposas, los nombres de los hoteles en que han pernoctado y con quién, qué regalos han sacado de su particular lámpara maravillosa y a quiénes han obsequiado con los mismos… Será conmovedor saber cómo destripaban 30.000 euros de media anuales mientras el país se desangraba.

Queremos saber detalles de éstos y de otros saqueadores, estamos dispuestos a conocer las granujerías de todos y que nos indiquen cuál va a ser el destino de tanto mangante. Queremos saberlo todo para potar de una vez y limpiar nuestros castigados estómagos.

Este desbarajuste, este desorden, este despiporre, cuyo escenario se extiende por toda la piel de toro tiñéndola de un lodo de olor insoportable, exige medidas. No basta con destapar la información y revolvernos las entrañas cada mañana. Hablar de que devuelvan el dinero no es suficiente. Queremos más jueces y más juzgados, más y mejores leyes, más inspectores de hacienda, más cárceles y más policías que pongan a toda esta gentuza a buen recaudo. También queremos que devuelvan todo lo que han rapiñado.


Es de temer que con este asunto tampoco va a pasar nada. No seamos ingenuos. Encontrarán subterfugios legales que entierren el caso y lo conviertan en papel mojado archivado en las hemerotecas, como tantos otros saqueos destapados en los últimos tiempos.

Porque hasta ahora, solo vemos a enormes cortes de abogados que hacen el agosto buscando recovecos legales para bordear la sed de justicia de la voluntad colectiva. Justificarán reglamentariamente la legalidad del uso de sus tarjetas, encontrarán fundamento jurídico a la emisión de preferentes, harán indemostrable la procedencia de sus fortunas que, por otra parte, mantendrán escondidas a buen recaudo.

Nos vimos obligados a presenciar el bochorno protagonizado por Jordi Pujol abroncando a todo un parlamento soberano en lugar de dar cuentas sobre los sucios negocios de su clan. Hemos presenciado boquiabiertos un apresurado y sospechoso relevo monárquico. Tuvimos que asistir a la expulsión de la carrera judicial de jueces audaces (Garzón o Silva), el acoso ominoso a los que conducen en precario la persecución de golfos y rateros de guante blanco (Alaya, Castro, Ruz…), mientras se difuminan en el tiempo los abusos en el cargo de otros (recuérdese el caso Dívar).  
  
Basta de comisiones, de consejos consultivos, de hiperpluriempleo, de dietas, de asambleas de palmeros, de asesores, de asistentes y de monaguillos. Adelgacen lo público prescindiendo de éstos y no de camas en los hospitales, de la atención a la dependencia y de profesores en las escuelas.

Pero, mientras, el gobierno calla, impertérrito, si acaso voceando consignas de “España va bien” que ya no se cree nadie. Haga algo, Sr. Rajoy frente a este despiporre corrupto y no nos aliente con su silencio “a llevar en carroza a Podemos”, como diría el bueno de Iñaki Gabilondo.


A.J.G.G.   

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ADENDA

2 comentarios:

  1. Yo llegue a la conclusión que este país no tiene solución, son tantos los casos de corrupción y la impunidad de los que los cometen, que o bien el ebola nos erradica para comenzar de cero o esto continua con la pantomima del gobierno y los lloros de nosotros.
    Un saludo

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    1. Creo que no es usted sincero del todo, más bien estará un poco cansado de tanto sinvergüenza. Debe haber solución y debemos buscarla entre todos, incluidos usted y yo. Estoy de acuerdo en que no nos podemos conformar con llorar: hay que actuar.

      Saludos

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