"El porvenir está en las manos del maestro de escuela".
Víctor Hugo.
Aunque de mediana estatura, D. Juan era hombre de buena presencia,
y su edad debía andar por la cincuentena. Regentaba una de las escuelas de Educación Primaria ubicadas
en un viejo edificio que se hallaba a un centenar de metros de mi casa. Tras la subida de dos tramos
de unas amplias escaleras y girando a la izquierda de un corto
pasillo, se hallaba su aula, estrecha, alargada y húmeda, con dos filas de
pupitres alineados a una pared repleta de mapas que moría en un amplio ventanal, al fondo, desde el que se permitía avistar aquel patio de tierra y grava en el
que se elevaban varios árboles que siempre recordé enormes. En el otro frontal de
la clase se hallaban un viejo encerado y la mesa del respetado D. Juan, elevada sobre una escueta tarima
desde la que ejercía su magisterio.