miércoles, 28 de agosto de 2013

Un futuro tan hermoso como el rostro de Julia Robert

A principios de la década de los noventa del pasado siglo, el dominical de un conocido rotativo nacional publicaba un reportaje sobre los nuevos rostros femeninos de Hollywood y sus primeros grandes éxitos en el cine. Aparecían exuberantes y deliciosamente jóvenes las figuras de Michelle Pfeiffer (Las brujas de Eastwick, 1987, Las amistades peligrosas, 1988), Demi Moore (Ghost, 1990, Algunos hombres buenos, 1992, Una proposición indecente, 1993), Uma Thurman (Henry & June, 1990, Pulp Fiction, 1994), Julia Robert (Pretty Woman, 1990, Durmiendo con su enemigo, 1991, El informe Pelícano, 1993)...



En ellas no veíamos la pasión y la voluptuosidad de las señoras de Hollywood que tanto nos fascinaron en los años de nuestra infancia y adolescencia; éstas eran diferentes, eran rostros de belleza casta y angelical, la belleza que deseábamos para nuestras hijas, esa que las homologaría y que nos homologaba a todos con la modernidad.